Los jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea concluyeron el pasado 22 de mayo la cumbre dedicada a la lucha contra la evasión y el fraude fiscal, pero sin apenas aparecer en los titulares, se trató el modelo energético del futuro.
Hasta ahora al hablar de eficiencia energética nos hemos fijado en el cambio climático (los protocolos de Kyoto y Durban son dos ejemplos de referencia para la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero). Si tenemos en cuenta que con el uso de energías renovables se pretendía reducir en el 2.020 las emisiones de gases de efecto invernadero entre un 25% y un 40% respecto de 1.990, el objetivo prácticamente se ha logrado a día de hoy en gran medida debido a la crisis económica. Este hecho está generando la bajada del precio de los derechos de emisiones de CO2, y ahora se está empezando a hablar más de mercado y menos cambio climático.
La comisión europea tiene previsto presentar como muy tarde para principios de otoño las condiciones bajo las cuales se concederán las ayudas por parte del Estado. Se habla de eliminación gradual de subvenciones.
El presidente del Ejecutivo Comunitario, José Manuel Barroso destacaba como la producción de energía eólica en tierra firme en la mitad de los países de la UE los subsidios son superiores a los costes de producción. La generación de energía solar parece más equilibrada, pero no en el caso de España, donde el sector recibe subvenciones que superan el coste de producción.
Para compensar la intermitencia de la energía fotovoltaica y eólica las centrales térmicas (de gas o de carbón) son indispensables. Pero está ocurriendo que no pocas centrales de producción cierran, o bien se paran, por no ser suficientemente rentables, se trata sobre todo de plantas de ciclos combinados de gas (CGG), víctimas del éxito del gas de esquisto de Norteamérica. No sólo el gas resulta cuatro veces más barato en EEUU que en Europa, sino que además, gracias a este nuevo recurso, al otro lado del Atlántico pueden exportar grandes cantidades de carbón, que acaban empleándose para alimentar las fábricas de producción eléctrica en Europa a precios mucho más competitivos que el gas para las plantas de CGG, obligadas a interrumpir su actividad.
El gas esquisto, la fracturación hidráulica o fractura hidráulica (comúnmente conocida en inglés como hydraulic fracturing o fracking) es una técnica para posibilitar o aumentar la extracción de gas del subsuelo. A este método de extracción ya le ha surgido numerosos detractores por toda Europa, y no es para menos escuchando los argumentos del director de cine Josh Fox, cualquiera que haya visto su documental de 2010, Gasland, probablemente se convertirá en un firme opositor a la extracción del gas de esquisto. Fox viajó por varios estados americanos, recopilando testimonios de personas con problemas crónicos de salud. Su investigación muestra pruebas de una mayor tasa de cáncer, atribuible a la contaminación del aire, los pozos de agua y las aguas superficiales. En una de las escenas más sorprendentes del documental, un terrateniente de Weld County, Colorado, demuestra con un mechero la existencia de gas en el grifo de un pozo de agua en su hogar. Gasland causó una histeria mundial y con ella su autor ganó un premio Emmy y una nominación a los Oscar.
En Alemania la introducción de la tecnología del gas de esquisto podría socavar todo el proyecto de energías ecológicas. No sólo es una cuestión de generación de energía eléctrica, sino de la producción y venta de las tecnologías para obtener energía a partir del agua, el viento, el sol y la biomasa. Poder contar en Europa con alternativas de bajo coste, obligaría a las empresas alemanas a buscarse otros mercados en el mundo.
Francia se opone al uso de esta tecnología. En España ya se ha iniciado la polémica y son ya varios los yacimientos de los que se habla. En Euskadi tenemos el curioso ejemplo de Vitoria, que puede pasar de ser la Capital Verde a ser la “capital del hidrocarburo” en un futuro cercano. Se comenta que en 2016 o 2017 se pueda llevar a cabo la explotación comercial del gas esquisto que se encuentra en su subsuelo. La polémica ya está servida por el rechazo del uso de la técnica que lleva aparejada esta extracción. El gas se saca fragmentando la roca en donde está alojado y el temor es que con estas operaciones puedan contaminarse los acuíferos, un gran patrimonio natural de Vitoria, Capital Verde Europea del pasado 2.012.
Ahora debemos plantearnos que sería lo más lógico, superar las expectativas de mejora en emisiones, o por el contrario energía más barata y algo más contaminante de aquí al 2.020 con un mero cumplimiento de los objetivos de los protocolos y directivas europeas.